El fenómeno de la serie “Juego de Tronos” ha sido uno de los principales revulsivos de la ficción televisiva de los últimos años. La serie de la HBO, basada en la saga de novelas “Canción de Hielo y Fuego” del escritor George R.R. Martin, ha acercado al público general su rico imaginario fundamentado en la mezcla de intrigas y luchas de poder entre las casas nobiliarias del imaginario mundo de Poniente con elementos de la más pura fantasía, como la magia y los dragones.

Su trama se enmarca en un entorno de inspiración medieval, pero cuyas bases históricas son tan reales como la Guerra de las Rosas, uno de los conflictos clave de la historia medieval inglesa. Por su parte, la complejidad de sus personajes –muy alejados de la clásica imagen de héroes y malvados- hace que el espectador pueda sentir empatía por ellos y entre de lleno en la historia.

Uno de los principales elementos de este universo es la verosimilitud, es decir, la “coherencia interna” de la que hablaba Tolkien. Esto se debe, en gran parte, a su inspiración en múltiples elementos de la Historia del “mundo real” de manera magistral, creando un universo fácilmente reconocible y lleno de lógica interna. Podemos hallar paralelismos con muchos aspectos de nuestro mundo: la citada Guerra de las Rosas con la Guerra por el Trono de Hierro, las tribus nómadas de las estepas con los dothraki… Y esta coherencia también aplica a aspectos como el desarrollo tecnológico y la estructura social, que en el mundo en el que nos encontramos tiene claros paralelismos con la sociedad feudal de la Edad Media.

Por su parte, podemos afirmar que el acceso al conocimiento es el reflejo y resultado de su realidad social. Teniendo en cuenta esto, procedemos a explicar el acceso dentro de mundo de Juego de Tronos y su paralelismo con la Historia medieval europea, centrándonos en uno de los aspectos más significativos: los libros encadenados.
Como sabemos, en la Edad Media el saber estaba circunscrito a un entorno delimitado: la Iglesia, o más concretamente, los monasterios. Este fenómeno es una constante a lo largo de esta época, aunque existe una evolución: en la Baja Edad Media asistimos a la aparición de las primeras universidades, gracias a la proliferación de las ciudades y a una serie de avances económicos y sociales. Debido a esto, la progresiva ruralización que la sociedad europea vivió desde finales de la Antigüedad comenzó a desestabilizarse.

Pero para llegar a este punto aún faltan muchos siglos; mientras tanto, los únicos centros del saber de la Europa Occidental fueron los monasterios, verdaderos entornos de educación y preservación del conocimiento. Estamos ante una sociedad fundamentalmente analfabeta; incluso entre las clases nobiliarias, saber leer y escribir no siempre era lo habitual. Los monjes se dedicaban a la copia y conservación del saber antiguo; esto no quiere decir que se mantuviera todo este conocimiento, ya que existía una purga y censura de los libros considerados poco afines a la doctrina. A pesar de ello, su labor es encomiable: es casi seguro que el conocimiento clásico no se hubiera mantenido sin estos letrados, copistas y bibliotecarios.

El universo de Juego de Tronos se entronca en un entorno similar. El conocimiento está en manos de la Orden de los Maestres, que es una organización que existe en la imaginaria ciudad de Antigua. Viven en un lugar llamado “la Ciudadela” y dedican su vida al estudio, investigación y erudición, siendo a menudo el lugar al que las casas nobiliarias envían a sus hijos menores. Sus paralelismos con los monjes son obvios, aunque también son similares a las primeras universidades: han de realizar una serie de votos, como el de castidad, y comienzan su andadura como novicios.

En la práctica, se trata de una orden de sanadores, consejeros y sabios. Es una orden masculina y tienen, como en Alejandría, una biblioteca en la que se puede acceder al conocimiento que ha podido acumular esta sociedad. Pero en este entorno el conocimiento se limita a las élites. El acceso a los libros es muy difícil, ya que sólo se espera que acceda a ellos esta élite cultivada. El reflejo más claro de este fenómeno son los libros encadenados de la Biblioteca de la Ciudadela, que tienen su paralelismo con las bibliotecas medievales.

Antes de la invención de la imprenta, el libro era un bien muy caro y sólo al alcance de unos pocos. Sólo una pequeña parte de la sociedad tenía libros, debido a su coste y a la extensión del analfabetismo. En las primeras bibliotecas universitarias era muy habitual que estuviesen encadenados, tanto por el miedo al robo como por la forma de consulta: se consultaban en la misma sala, habitualmente en atriles, y no se esperaba que salieran de allí. Era el reflejo de una sociedad con una escasa difusión cultural y científica, al igual que lo es Poniente.

Esta visión cambió, por supuesto, gracias a Gutenberg y su revolucionaria creación: la facilidad de fabricación de nuevos libros y el abaratamiento de sus costes hizo que, a partir del Renacimiento, una oleada de cultura escrita recorriese Europa y, después, el mundo. Quizás podamos asistir a la aparición de un pionero impresor ponienti y a la entrada de estos personajes en la Edad Moderna. Eso sí, con dragones.

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