No resulta fácil seleccionar un solo documento del Archivo General de la Región de Murcia. Es tanto y tan significativo lo conservado que la dificultad de elegir no estriba en la escasez sino en la abundancia (1). Quizá por eso se recurre a los documentos más antiguos para destacar lo más relevante. Con los documentos históricos de un archivo se ofrece una respuesta erudita a quienes preguntan por el documento más importante, o sea, por la joya. Un privilegio rodado, por ejemplo, reúne las características de una reliquia: importante desde el punto de vista histórico y atractivo desde el punto de vista estético. Además, consigue la admiración de los visitantes, que quedan fascinados (2).
Pero el Archivo General de Murcia conserva otros documentos de gran interés histórico. Los dos testamentos del imaginero murciano Francisco Salzillo (3); los daguerrotipos de sus colecciones de fotografía (4), o los expedientes académicos de bachillerato del premio Nobel de Literatura José Echegaray y del inventor del autogiro Juan de la Cierva Codorniú (5), son piezas con alto valor de representación que podrían ser expuestas, junto a otras muchas, en una hipotética muestra en la que se exhibieran las joyas del Archivo. Sin embargo, en este artículo vamos a eludir el documento único, la pieza señera, para reivindicar como joya histórica una serie documental cuya información ha recuperado vigencia y actualidad por la pandemia de coronavirus que padecemos: los Registros de entrada y de salida de enfermos del hospital de San Juan de Dios de Murcia (1574-1991).
Este hospital de pobres acogía enfermos de toda la región por su carácter abierto y general. Fue propiedad de los cabildos secular y catedral hasta que en el siglo XIX la Diputación se hizo cargo de la beneficencia. Su nombre era hospital de Nuestra Señora de Gracia y Buen Suceso, pero fue conocido como hospital de San Juan de Dios, por ser esta Orden hospitalaria quien lo administró durante más de 300 años (6). La información registrada en los 229 libros de esta serie documental refleja los efectos que sobre los enfermos tuvieron las crisis epidémicas entendidas como en la época anterior al siglo XX, es decir, como enfermedad generalizada. Así se señala en un informe de la Real Academia de Medicina de Madrid de 1804, que define la “enfermedad epidémica o popular: haber muchos enfermos a un mismo tiempo” (7). En este sentido, aunque a veces los contagiosos eran desviados a lazaretos y otros recintos habilitados para ellos, los datos que aportan los registros prueban la incidencia que sobre esta población vulnerable tuvieron no solo las epidemias más virulentas —peste, fiebre amarilla, cólera— sino también otros brotes de tipo endémico en esta zona, como el tifus y el paludismo o fiebres tercianas.
Pese a sus lagunas, los libros permiten analizar la repercusión de los principales episodios infecciosos en el interior del hospital. En las fechas en las que se conservan registros tuvieron especial virulencia las epidemias de peste de 1648-1649 —en esta se calcula que falleció el 30% de la población del Reino de Murcia—, las de 1676-1678 y 1720; así como las de fiebre amarilla de 1804 y la que produjo gran mortalidad en 1810-1811; las sucesivas de cólera de 1834, 1865 y la de 1884-1885, que fue mortífera; y también la mal llamada “gripe española” de 1918. Por su parte, el tifus y el paludismo posiblemente fueron menos letales pero más frecuentes, y por su gravedad destaca la de paludismo de 1813-1814 (8).
Los registros, distintos para hombres y para mujeres, conforman el núcleo esencial, pero no único, de esta serie documental. El hospital de San Juan de Dios también tuvo que atender a los militares enfermos desde 1706 (Guerra de Sucesión), porque la ciudad de Murcia no disponía de un establecimiento semejante al antiguo hospital Militar de Marina de Cartagena. Asimismo cuidó durante casi 40 años de los enfermos mentales, hasta que se levantó en 1892 el antiguo Manicomio Provincial. Incluso constan como extraordinarios los ingresos de guardias civiles y carabineros en la segunda mitad del siglo XIX. Los libros recogen los registros de unos y otros de forma conjunta o separada según la época.
La cantidad y calidad de la información varía, lógicamente, a lo largo de 400 años, pero podemos sintetizar los datos básicos que constituyen el cuerpo central de los registros en todo el período: nombre del enfermo y de sus padres, edad, naturaleza, estado civil, nombre del cónyuge —si lo tiene—, fecha de entrada, número de la cama asignada y fecha de fallecimiento, si se produce. Las filiaciones se enriquecen dependiendo del celo del fraile que anotaba los asientos, o el esmero de las monjas y empleados del hospital desde mitad del siglo XIX. En los primeros años se anota la ropa, calzado y dinero con el que los enfermos entran al hospital, apuntes que desaparecen pronto. El diagnóstico se indica desde los primeros años, al principio con intermitencias y de modo genérico —calenturas, dolor de costado—, pero conforme avanza el tiempo la enfermedad se expresa de manera más continua y precisa —tabardillo, tercianas—, y los enfermos son clasificados según necesitaran tratamiento de medicina o cirugía e instalados en la sala destinada a una u otra.
En cuanto a la contabilidad de ingresos y fallecimientos resultan de gran ayuda las inspecciones periódicas de los libros efectuadas por los vicarios o por los padres provinciales y generales de la Orden. En cada una de ellas se practicaba el recuento desde la visita anterior y se anotaba el total de entradas y de fallecidos. Es una suerte de resumen estadístico que facilita el estudio de las cifras de ingresos y la extracción de porcentajes de mortalidad. Estas inspecciones no tuvieron periodicidad fija y se llevaron a cabo cada dos o tres años mientras la Orden de San Juan de Dios estuvo al frente de la administración del hospital entre 1617 y 1835.
Las profesiones que figuran en los registros —jornaleros, albañiles, barberos, transeúntes, mendigos— revelan oficios humildes en consonancia con un hospital de pobres y beneficencia. Los militares aparecen con sus datos castrenses —compañía, regimiento, batallón—, pero no se señala su edad. La fecha de alta o salida del hospital no se anota hasta bien entrado el siglo XVIII. Primero en los asientos de militares, quizás debido al preceptivo control que debían llevar los oficiales sobre sus soldados. Y a finales de siglo la fecha de alta se introduce progresivamente en los registros del resto de enfermos curados. Los registros se completan mediado el siglo XIX con la indicación del tiempo de permanencia en el hospital de cada enfermo, medido en “estancias” (días). Con las fechas de ingreso y alta, o el número de estancias, podemos conocer el tiempo que precisaban las enfermedades para su curación.
En la última década del siglo XIX ya se detallan enfermedades como pulmonía, amigdalitis, catarro gástrico, bronquitis, úlcera, tuberculosis, cataratas, etc., y se citan por vez primera los médicos —Hernández Ros, Albaladejo, Closa— asociados a sus pacientes, lo que se hará habitual poco a poco en el nuevo siglo. En los años 30 se añade un campo al formulario diseñado para la toma de datos: el “Resultado obtenido”, que se utiliza para aclarar la situación de los enfermos tras su tratamiento, y que generalmente se concreta en los estados de curado, mejorado, alta voluntaria, e incluso fugado o expulsado por mal comportamiento.
Algunos libros contienen un índice alfabético ordenado por el nombre de pila del enfermo —posteriormente por la primera letra del primer apellido— que remite al folio en el que se encuentra el asiento. La mayor parte de los libros han sido digitalizados y son consultables en la web del Archivo (9). Fuera de la reproducción han quedado los últimos 50 años de la serie por la especial reserva que requieren los documentos clínicos. Su conservación general es buena, después de que algunos de los más deteriorados hayan sido sometidos a tratamientos de restauración, y sólo unos pocos presentan manchas de humedad y desperfectos en los márgenes de las hojas que no suelen afectar a la lectura del texto. La encuadernación es la usual en estos libros dedicados a tareas administrativas. El pergamino se mantiene hasta mitad del siglo XIX para dar paso después a cubiertas en holandesa. Más tarde prevalece la piel y a partir de 1917 vuelve la encuadernación holandesa.
En definitiva, se trata de una fuente esencial para la historia de la medicina, que puede ser complementada con los libros registro de defunciones desde 1820. Pero su importancia trasciende el hecho sanitario para instalarse en el humanitario cuando este hospital de beneficencia acogía a mujeres solteras, pobres o necesitadas para dar a luz hijos que recién nacidos eran entregados en adopción a otras familias. Años después, los registros conservados han permitido a muchos de aquellos niños conocer a su madre biológica (10). Argumentos como este justifican que contribuir a desvelar nuestro pasado sea uno de los cometidos más gratificantes de la función archivística.
Notas:
1. El Archivo conserva casi 500 fondos y colecciones documentales, y tiene ya ocupados unos 25.000 metros lineales que alojan unas 175.000 cajas de conservación con documentos de los siglos XIII al XXI.
2. En las visitas guiadas el Archivo muestra el privilegio rodado de Sancho IV (1284) en el que el monarca confirma la autorización de Alfonso X a las monjas clarisas para fundar convento en Murcia.
3. Los protocolos notariales de la provincia de Murcia compilan escrituras desde 1450 hasta 1919 recogidas en 14.806 libros. Los testamentos de Salzillo se hallan en los protocolos de Alejandro López Mesas, el de 1765 (NOT,3344,fol.563r-570v), y de Juan Mateo Atienza, el de 1783 (NOT,2353,fol.126r-131v).
4. Por ejemplo, “Retrato de una mujer, en plano medio”, c. 1840-1850 (FOT_POS,190/002).
5. Los casi cien mil expedientes académicos de alumnos del Instituto Alfonso X el Sabio (1848-1979), son básicos para la historia de la educación y ocupan 1520 cajas. La signatura de Juan de la Cierva es IAX,1628/17, y la de José Echegaray IAX,1266/1.
6. La institución hospitalaria persiste, ahora es de titularidad autonómica y recibe el nombre de Reina Sofía.
7. García Hourcade J. J. Beneficencias y Sanidad en el S. XVIII. El Hospital de San Juan de Dios de Murcia. Universidad de Murcia, 1996, pág. 170.
8. VVAA. De historia médica murciana II. Las epidemias. Academia Alfonso X el Sabio. Murcia, 1981, págs. 209-243.
9. https://archivogeneral.carm.es/archivoGeneral/arg.inicio
10. Este aspecto se puede completar con los Registros de nacimientos del hospital (1912-1986), los Partes de nacimientos (1938-1985) y los Registros de entrada y salida de mujeres por maternidad (1950-1969).
FICHA DEL DOCUMENTO
Título de la serie: Registros de entrada y de salida de enfermos del hospital de San Juan de Dios de Murcia (1574-1991)
Signatura de la serie: AGRM,133.3.1.01
Año de creación: 1574-1991
Enlace a su ficha de catálogo: https://archivogeneral.carm.es/archivoGeneral/arg.pDetalleDocumento.crearFicha?idDetalle=2025098
*Imagen de portada: Cubierta del Registro de entrada de hombres y mujeres, 1667-1677 (DIP,6074/4)
Artículo facilitado por: Archivo General de la Región de Murcia